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YO VINE AL MUNDO PARA RESOLVER PROBLEMAS.

 

Y LO SÉ, DESDE QUE ESTABA EN LA CUNA DEL CENTRO DE ADOPCIÓN.

Verás,
 
Mis padres se enteraron de que los vecinos habían adoptado a un bebe y ellos querían uno, así que siguieron sus pasos.
 
Mi padre quería un niño.
 
Mi madre, una niña. 
 
Pero mi padre, que era un gran negociador, se encargó de todos los tramites y cuando le llamaron y le dijeron que había un niño al que poder adoptar, le dijo a mi madre…
 
“Me han llamado del centro de adopción y tienen una niña”
 
Cuando se presentaron, mi madre se dio cuenta de que yo era un niño, tonta no era, claro. Y dijo que no lo quería. 
 
Entonces empezó una discusión entre ambos.
 
Hasta que en un momento dado, mi madre me miró, yo la sonreí y cambié su opinión para siempre. 
 
Mi madre siempre me contaba, que ya en el coche camino a mi nueva casa, cada vez que ella me miraba, yo la sonreía. 
 
Ese fue el primer problema que resolví.
 
Por eso, ahora siempre digo que para cualquier problema, sonrías.
 
Una sonrisa te puede cambiar la vida. 
 
Me la cambió a mí y me dio una familia.
 
Y se la cambió a mi madre y a mi padre, para siempre.




 
Me enteré por mi padre cuando tenía 7 años que era adoptado.
 
Me contó la historia que te acabo de contar y por eso la sé.
 
Al vivir en un pueblo muy pequeño me lo contó temprano.
 
No quería que me enterase por otros y que lo utilizaran para atacarme. 
 
Mi padre era un gran tipo. 
 
Con su mente de empresario, siempre estaba hablando de negocios y sobre todo de dinero. 
 
En realidad, en mi casa no se hablaba de otra cosa que no fuese eso. 
 
Incluso en las reuniones familiares, mis tíos también tenían negocios y les gustaba mucho el dinero. 
 
Así que yo crecí con eso. 
 
Con negocios y dinero cada día en la mesa. 
 
Aquello lo veía normal y nunca pensé que me afectaría. 
 
Igual que nunca pensé que me afectaría, que mi padre me dijera con 7 años, que era adoptado. 
 
Pero ambas cosas lo hicieron. 



 
Siempre me sentí un niño, el mismo niño sonriente de aquella cuna del centro de adopción. 
 
Hasta que mi padre murió. 
 
Entonces yo tenía 25 años y tuve que convertirme en “adulto”.
 
Me tuve que ocupar de gestionar el dinero, las propiedades, los seguros, los papeles…de todo. 

Eso es lo que hacen los adultos, ¿no?
 
Ser serios y responsables. 
 
Hacer negocios y acumular dinero. 
 
Es lo que vi, es lo que mamé. 
 
Esto sumado a que, me sentía en deuda con mis padres por darme una familia y otra oportunidad...
 
Todo lo que hice en mi vida, desde entonces, fue para compensarles.

Para darles las gracias por lo que hicieron por mí. 

 
No les podía defraudar. 
 
Así que, me obsesione con los negocios, pero sobre todo con el dinero y con acumularlo.

Quería que estuvieran orgullosos de mí. 

Y ¿sabes qué? 
 
Que lo conseguí.
 
Me refiero a que conseguí empresas de éxito, dinero y un gran estatus, porque el orgullo de mis padres hacia mí, siempre estuvo. 
 
Estuvo desde el día que le sonreí a mi madre en la cuna. 
 
Pero no lo supe ver. 
 
Habiendo alcanzado las empresas, el dinero y el estatus, me di cuenta de que había perdido mucho tiempo. 
 
Había abandonado a aquel niño de la cuna. 
 
Había dejado de sonreír.
 
Tenía un vacío por dentro que el dinero no podía llenar.
 
Y entonces, entré en un viaje de descubrimiento en el que tuve que volver a conectar con aquel niño.
 
Tuve que reconciliarme con él.
 
Tras un tiempo, empecé a resolver problemas de manera sencilla otra vez. 
 
Empecé a sonreír de nuevo, como aquel día en la cuna. 
 
Y por eso ahora, ayudo a otros a conectar con ese niño interior.

Ayudo a otros a entender que el dinero es una herramienta poderosa, pero que no hay que dejarla que condicione tu vida.  

 
El dinero no te valida como persona.
 
El dinero no te hace mejor o peor niño.
 
El dinero no hace que tus padres, tu pareja, tus amigos o tu familia te quieran más o estén más orgullosos de ti, porque ya es así. 
 
Yo lo aprendí a la fuerza, yo perdí mucho tiempo, no lo hagas tú…

 
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